10.07.2013

Mis cinco factores, menos esperados, de crecimiento como jugador.

Estoy cumpliendo cinco años desde que descubrí el ultimate. Es un tiempo no menor, para conocer varias de las vicisitudes del juego y muchas de sus dimensiones. También es un tiempo considerable de vida, donde a uno le pasan cosas que lo hacen crecer, y que se transfieren a la práctica deportiva cuando uno hace del deporte algo fundamental de su historia.  
Reflexionando sobre este tiempo, aparecen grandes maestros, momentos épicos, jugadas imborrables, compañeros y amigos. Nada que sorprenda a alguien que juegue deportes de equipo y se entregue a ello.
Me sorprendí a mí mismo, al encontrar explicación de saltos de crecimiento a partir de factores que no son inmediatamente evidentes, y algunos aparentemente inconexos al deporte. Un poco jugando en mi mente y escribiendo mi propio cuento, pensé estos cinco.
Acá van, por orden de aparición:

1. Torneos.

Muy lindo y divertido eso de correr discos, requiere poner a prueba habilidades y concentración. Pero uno llega a otro desafío cuando juega un torneo de ultimate. Me refiero a tres partidos por día, una inmersión total en el juego, te olvidás, o no podés pensar, en trabajo, estudio, familia, pagar cuentas o lavar la ropa; de tus otros yo, esos que no usan botines.
Pero no es solo eso, es una experiencia vital con tus compañeros. Es redescubrirlos en su cotidianeidad, y permitirte mostrar la tuya. No queda otra que reconocer los puntos de vulnerabilidad y trabajarlos.
¿Por qué pasa todo esto? Primero, por compartir todo el tiempo con un grupo de personas en la misma situación, sean compañeros u oponentes, por lo que dure el torneo, y hasta que vuelvas a casa. Pero más aún por la increíble demanda física, por llevarse a uno mismo al borde del derrumbe mental, de sentir dolor y agotamiento, y seguir adelante. De ver que uno podía correr un poco más de lo que creía que era el límite, o mantener la calma en un momento crítico. ¿Temblores? Bien. ¿Lágrimas? Genial. Mientras puedas ir a pararte a la línea para el último punto del último partido, y así completar tu epopeya.

2. Enseñar.

Simplemente, uno puede pasarse la vida sin preguntarse como hace las cosas, hasta que tiene que explicárselas a otra persona, que te mira con ansias y total atención. La situación de transmitir conocimientos genera importantes preguntas. ¿Cómo hago el backhand? ¿Por qué lo hago de esta manera? ¿Qué es lo importante para que me salga este lanzamiento?
Te ves obligado a revisar todas tus habilidades, pensarlas críticamente, abandonar los malos hábitos y abrir nuevos caminos. Incluso tomás conciencia de cada parte de tu cuerpo, como se activa, como funciona.
Sin duda hay un segundo momento, en el que uno deja de enseñar como si se enseñara a sí mismo, y empieza a entender las singularidades de cada jugador. Con mucho esfuerzo llega la capacidad de transmitir ideas de la forma más efectiva para cada persona o grupo, según lo que permite o se espera de cada circunstancia.
Como muchos otros, es un campo en el que siempre se puede seguir mejorando.

3. Bailar.

Si, aprender a bailar, una actividad eminentemente corporal. Cuando empecé a jugar ya sabía bailar algo de tango, quizás algunas de sus características me acompañan en el juego desde que empecé. Arriesgaría que las más relevantes han sido la búsqueda de fluidez, las demoras y las aceleraciones, la postura y por sobre todo, el balance.
Un par de años después de empezar a jugar, lindas gentes del ultimate colombiano me enseñaron sus ritmos. Sin destacarme ni haber explorado en profundidad ese mundo, sí me quedó el ritmo, ese rebote del cuerpo que no requiere ningún esfuerzo y te mantiene en constante movimiento. Nunca más volver a estar estático, los momentos de quietud son pura apariencia, por dentro hay una delicada vibración, que fácilmente se convierte en explosión cuando es necesario.
Y hay más. El tango y la salsa se bailan en pareja. Gran parte de bailar es dar indicaciones con el cuerpo y leer las señales de quien está en frente. Me atrevo a pensar que ese diálogo corporal existe en ultimate también, en la marca personal. El objetivo es el opuesto, tratar de que tu marca siga un movimiento falso, pero donde los recursos, las señales corporales, son las mismas. No solo eso, a alguien que se queda estático es mucho más fácil sacarle la vista y prestar atención a lo que pasa alrededor para ayudar a tus compañeros cuando estás en defensa. Si estás constantemente cambiando al menos tu postura, obligás a tu marca a no sacarte los ojos de encima.
Sin el baile creo que hoy seria más tosco, menos grácil, más predecible. Y por sobre todo, nada mejor que jugar con alguna música sonando en el fondo de tu mente.

4. Permitirme errar.

A muchos les debe pasar, querer hacer las cosas siempre bien, avergonzarse con el error, “se hace bien o no se hace”. Mucho tiempo pasé, y sigo pasando, bajo este flagelo de auto exigencia. Jugando ultimate también me sucede.
El problema es que muchas veces nos quedamos con el resultado, sin ver cómo llegamos al mismo. Mientras nos castigamos a nosotros mismos, nos perdemos la oportunidad de analizar la acción, para encontrar lo que falló y aprender de ello.
Después de todo es un juego, no tengo ninguna intención de sufrir las derrotas, más aún sin sacar valiosas lecciones de ellas. Además, la grandeza se construye con deseo y esfuerzo, no con latigazos.
Para evitar malos entendidos. Esto no quiere decir reírse de una cagada y pasar a otra cosa. Quiere decir irse a dormir por una semana, repasando jugada por jugada, detalle por detalle, reviviendo incansablemente el momento y planteando alternativas y nuevos objetivos para cuando vuelva a tener una oportunidad similar de ponerme a prueba.

5. El mundo interno.

Este punto tiene un título en progreso. Como reciente descubrimiento, todavía es una novedad y estoy solo empezando a entenderlo. Estoy buscando referirme a todo eso que me afecta en la vida, y el impacto que puede tener en mi juego. Expectativas de resultados, lesiones, un oponente intimidante, el ego, revires amorosos, estados de ánimo, etc. Luchas de titanes en mi cabeza, ángeles y demonios jugando al ajedrez, o a veces batiéndose a duelo de espada. He jugamos sorprendentemente mal por alguna de estas ensaladas mentales. No he logrado ignorarlas o evitarlas, me siguen y afectan a donde vaya. En vez de combatirlas, mucho más liberador puede ser aceptarlas, entenderlas y  transformarlas en fuego interno, en confianza, para romperla en la cancha.


Escribo esto para entenderme un poco mejor. Lo comparto por si a alguien le puede servir para crecer de alguna manera, quizás descubriendo los propios factores inesperados...

Tin.
BR24