Estoy cumpliendo cinco años desde que descubrí el ultimate.
Es un tiempo no menor, para conocer varias de las vicisitudes del juego y muchas
de sus dimensiones. También es un tiempo considerable de vida, donde a uno le
pasan cosas que lo hacen crecer, y que se transfieren a la práctica deportiva
cuando uno hace del deporte algo fundamental de su historia.
Reflexionando sobre este tiempo, aparecen grandes maestros,
momentos épicos, jugadas imborrables, compañeros y amigos. Nada que sorprenda a
alguien que juegue deportes de equipo y se entregue a ello.
Me sorprendí a mí mismo, al encontrar explicación de saltos
de crecimiento a partir de factores que no son inmediatamente evidentes, y
algunos aparentemente inconexos al deporte. Un poco jugando en mi mente y
escribiendo mi propio cuento, pensé estos cinco.
Acá van, por orden de aparición:
1. Torneos.
Muy lindo y divertido eso de correr discos, requiere poner a
prueba habilidades y concentración. Pero uno llega a otro desafío cuando juega
un torneo de ultimate. Me refiero a tres partidos por día, una inmersión total
en el juego, te olvidás, o no podés pensar, en trabajo, estudio, familia, pagar
cuentas o lavar la ropa; de tus otros yo, esos que no usan botines.
Pero no es solo eso, es una experiencia vital con tus
compañeros. Es redescubrirlos en su cotidianeidad, y permitirte mostrar la
tuya. No queda otra que reconocer los puntos de vulnerabilidad y trabajarlos.
¿Por qué pasa todo esto? Primero, por compartir todo el
tiempo con un grupo de personas en la misma situación, sean compañeros u
oponentes, por lo que dure el torneo, y hasta que vuelvas a casa. Pero más aún
por la increíble demanda física, por llevarse a uno mismo al borde del derrumbe
mental, de sentir dolor y agotamiento, y seguir adelante. De ver que uno podía correr
un poco más de lo que creía que era el límite, o mantener la calma en un
momento crítico. ¿Temblores? Bien. ¿Lágrimas? Genial. Mientras puedas ir a
pararte a la línea para el último punto del último partido, y así completar tu
epopeya.
2. Enseñar.
Simplemente, uno puede pasarse la vida sin preguntarse como
hace las cosas, hasta que tiene que explicárselas a otra persona, que te mira
con ansias y total atención. La situación de transmitir conocimientos genera
importantes preguntas. ¿Cómo hago el backhand? ¿Por qué lo hago de esta manera?
¿Qué es lo importante para que me salga este lanzamiento?
Te ves obligado a revisar todas tus habilidades, pensarlas críticamente,
abandonar los malos hábitos y abrir nuevos caminos. Incluso tomás conciencia de
cada parte de tu cuerpo, como se activa, como funciona.
Sin duda hay un segundo momento, en el que uno deja de
enseñar como si se enseñara a sí mismo, y empieza a entender las singularidades
de cada jugador. Con mucho esfuerzo llega la capacidad de transmitir ideas de
la forma más efectiva para cada persona o grupo, según lo que permite o se
espera de cada circunstancia.
Como muchos otros, es
un campo en el que siempre se puede seguir mejorando.
3. Bailar.
Si, aprender a bailar, una actividad eminentemente corporal.
Cuando empecé a jugar ya sabía bailar algo de tango, quizás algunas de sus características
me acompañan en el juego desde que empecé. Arriesgaría que las más relevantes
han sido la búsqueda de fluidez, las demoras y las aceleraciones, la postura y
por sobre todo, el balance.
Un par de años después de empezar a jugar, lindas gentes del
ultimate colombiano me enseñaron sus ritmos. Sin destacarme ni haber explorado
en profundidad ese mundo, sí me quedó el ritmo, ese rebote del cuerpo que no requiere
ningún esfuerzo y te mantiene en constante movimiento. Nunca más volver a estar
estático, los momentos de quietud son pura apariencia, por dentro hay una
delicada vibración, que fácilmente se convierte en explosión cuando es
necesario.
Y hay más. El tango y la salsa se bailan en pareja. Gran
parte de bailar es dar indicaciones con el cuerpo y leer las señales de quien
está en frente. Me atrevo a pensar que ese diálogo corporal existe en ultimate también,
en la marca personal. El objetivo es el opuesto, tratar de que tu marca siga un
movimiento falso, pero donde los recursos, las señales corporales, son las
mismas. No solo eso, a alguien que se queda estático es mucho más fácil sacarle
la vista y prestar atención a lo que pasa alrededor para ayudar a tus
compañeros cuando estás en defensa. Si estás constantemente cambiando al menos
tu postura, obligás a tu marca a no sacarte los ojos de encima.
Sin el baile creo que hoy seria más tosco, menos grácil, más
predecible. Y por sobre todo, nada mejor que jugar con alguna música sonando en
el fondo de tu mente.
4. Permitirme errar.
A muchos les debe pasar, querer hacer las cosas siempre bien,
avergonzarse con el error, “se hace bien o no se hace”. Mucho tiempo pasé, y
sigo pasando, bajo este flagelo de auto exigencia. Jugando ultimate también me sucede.
El problema es que muchas veces nos quedamos con el
resultado, sin ver cómo llegamos al mismo. Mientras nos castigamos a nosotros
mismos, nos perdemos la oportunidad de analizar la acción, para encontrar lo que
falló y aprender de ello.
Después de todo es un juego, no tengo ninguna intención de
sufrir las derrotas, más aún sin sacar valiosas lecciones de ellas. Además, la
grandeza se construye con deseo y esfuerzo, no con latigazos.
Para evitar malos entendidos. Esto no quiere decir reírse de
una cagada y pasar a otra cosa. Quiere decir irse a dormir por una semana,
repasando jugada por jugada, detalle por detalle, reviviendo incansablemente el
momento y planteando alternativas y nuevos objetivos para cuando vuelva a tener
una oportunidad similar de ponerme a prueba.
5. El mundo interno.
Este punto tiene un título en progreso. Como reciente
descubrimiento, todavía es una novedad y estoy solo empezando a entenderlo. Estoy
buscando referirme a todo eso que me afecta en la vida, y el impacto que puede
tener en mi juego. Expectativas de resultados, lesiones, un oponente
intimidante, el ego, revires amorosos, estados de ánimo, etc. Luchas de titanes
en mi cabeza, ángeles y demonios jugando al ajedrez, o a veces batiéndose a
duelo de espada. He jugamos sorprendentemente mal por alguna de estas ensaladas
mentales. No he logrado ignorarlas o evitarlas, me siguen y afectan a donde
vaya. En vez de combatirlas, mucho más liberador puede ser aceptarlas,
entenderlas y transformarlas en fuego
interno, en confianza, para romperla en la cancha.
Tin.
BR24